Puedes ahorrarte leer todo esto que sigue. Son solo palabrejas para recomendarte que leas ‘Crimenes’ de Ferndinand von Schirach.
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La novela negra nos invade; también lo hace también la novela erótica de dudosa calidad literario; nos lo deberíamos de hacer mirar. O no.
Si quieres dedicarte a la literatura tienes que escribir una novela negra. De policías, ladrones y/o criminales. Vale también las de espías, como lector, mis preferidas. El protagonista puede ser un periodista veterano. Allí está el difunto Stieg Larsson y su trilogía Millenium. El modelo lo han perpetuado muchos otros. Es importante meter a un joven que sepa de ordenadores y que sea el contrapunto del veterano, que todo lo sabe, salvo buscar el Google, cómo si eso fuera lo complicado. Algunos parecen que cargan no solo su frustración personal del trabajo inútil de oficina en la que se ha ido convirtiendo el periodismo, sino también el de sus compañeros dedicados enteramente al tema de sucesos. No explican en sus novelas que gran parte del trabajo proviene de chivatazos de policías, porque normalmente los criminales, terroristas y los malos en general no tienen gabinetes de prensa ni ‘community manager’. La policía sí. En la mayoría de los casos no hay detrás investigación periodística alguna. Solo repiten los que les han dicho y parece verosímil. “Fuentes cercanas al caso aseguran” y a correr. No todos, pero sí muchos. En la novela negra protagonizada por periodistas tiene que triunfar la verdad que un poderoso quiere ocultar. David contra Goliat, pero con teclado y solo en la ficción.
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Llegué a ‘Crímenes’ de Ferndinand von Schirach a través de Eduardo Gómez Cuadrado. No conocía a este abogado hasta que alguien retuiteó este artículo de Vice: “No declares en comisaría“, una máxima que me parecía obvia, pero que al parecer muchos desconocen. Si te detienen, amablemente, diles que ya declaras lo que sea ante el juez. Gómez Cuadrado recomendaba en su twitter la lectura de ‘Crímenes’. Me interesó la perspectiva: un abogado penalista contando casos de su carrera, a modo de relatos cortos. Llegué a este recopilatorio de citas, y en concreto a esta:
Los abogados, en cambio, tratan de buscar una brecha en el edificio de pruebas erigido por la acusación pública. Sus aliados son el azar y la casualidad; su misión, impedir que arraigue prematuramente una verdad sólo aparente. Un agente de policía le dijo una vez a un magistrado de la Corte Federal que los defensores no son más que frenos en el coche de la Justicia. El juez respondió que un coche sin frenos no sirve para nada. Un proceso penal funciona solamente en el marco de este juego de fuerzas.
No volví a acordarme de Crímenes hasta unos días más tarde cuando acompañé a un gran amigo, abogado laboralista, situado más bien en el lado de la empresa, a comprar un libro de legislación sobre el despido, a una de las librerías que hay detrás del Supremo. Y allí estaba Crímenes, nada más entrar, en la única estantería que no era de leyes puras y duras, y que estaba repleta de libros para la distracción de los juristas entre tanto texto plomizo y objetivo. Mi amigo, entusiasmado con que fuera a leer algo sobre abogados, decidió regalármelo.
Me leí el libro en una mañana. Cada capítulo es un caso concreto en la que el abogado solo se limita a contar, sin casi adjetivos, algo que se agradece entre tanta metáfora que inunda los periódicos. Tampoco aparece ni un solo periodista. Sin metáforas ni periodistas en busca de la verdad. Una máxima, que arranca desde el prólogo, recorre toda la obra: “La mayoría de los cosas son complicadas, y la culpabilidad es siempre un asunto peliagudo”. Cada final te deja mal cuerpo.
Le transmití a mi amigo el entusiasmo que me había causado el libro. “¿Por qué no te hiciste penalista?”, le pregunté. “Demasiado duro. Demasiado duro.”, me respondió.