Hay expresiones que se ponen de moda en las guerras. Las canturrean los portavoces militares, y con más o menos recelo (dependiendo del grado de apoyo) la reproducen los medios hasta que se cuelan en las mentes de todos. “Víctimas colaterales”, “fuego amigo”…y una larga colección de eufemismo.
La expresión “fuego amigo” se puso de moda en la segunda guerra del Golfo (1991). Con esa expresión EE UU justificaba la muerte de sus propios soldados por sus propias balas. En esos casos no era el temible ejército de Sadam — considerado por ellos mismos como el tercero, cuarto o quinto, más importante — quien mataba a los soldados de la coalición: los carros de combate disparaban a sus propios carros de combate en la confusión de la noche y del desierto.
El pasado lunes, el Comité consultivo de investigación sobre enfermedades de ex combatientes de la Guerra del Golfo del Congreso de los EE UU dictaminó que el llamado sindrome de la guerra del Golfo existe. En la guerra del Golfo participaron unos 700.000 soldados del lado de la coalición, incluídos soldados españoles. Un 25% sufre este sindrome: dolores de cabeza, perdida de memoria, malestar general, problemas respiratorios, digestivos, pesadillas, ciertos ataque psicóticos… y así una larga colección de síntomas distintos. Para llegar a esta conclusión, el Departamento de Defensa y Departamento de Asuntos veteranos ha gastado más de 400 millones de dólares. Señalan a varios culpables: pesticidas, el bromuro de piridostigmina (proporcionado a la tropa para evitar el gas nervioso), y “otros tóxicos”, incluyendo los que emanaron del petróleo quemado por los iraquíes, que de algo tenían que ser culpables. En definitiva, una colección de fuego amigo. En Gran Bretaña, el síndrome está ya reconocido, y en Francia tienen su propia versión, por una droga que se le daba a los soldados para permanecer hasta 70 horas despierto.