En un post anterior, nos alejamos del campo de fútbol, para acercarnos sobre todo al público, cuando en el terreno de juego nos encontramos muestras palpables de la globalización.
La
selección francesa está llena de jugadores que no responden al patrón protótipico francés, de gente blanquita y pelo más o menos claro; los jugadores son franceses, con procedencias múltiples. El presidente Chirac se sentía orgulloso en pasados mundiales, y señalaba a la selección como el mejor ejemplo de la intigración; por el contrario, el ultraderechista y racista
Le Pen se le iban los demonios y reclamaba lugar para la raza gala (¿existe?) en un cuanto menos anacronismo racista que sigue, desgraciadamente, convenciendo a muchos.
Pero no solo afecta a las selecciones europeas; “la nota de color” la ha puesto la selección de
Trinidad y Tobago, donde juega un jugador blanco que nunca ha pisado el país: su madre, emigrante inglesa, había nacido en ese país; aprovechándo ese pasado, al joven
Christopher Birchall le nacionalizaron trino y toboguense en un abrir y cerrar de ojos. Representaría a su nueva selección sin haber pisado en su vida dicho país.
El ejemplo más claro de cómo construir una élite deportiva lo tenemos en Bahreín y Qatar; de momento sólo han podido hacerse con una élite de altetas a los que se les proporciona un sueldo por convertirse a la nueva nacionalidad y representarla dignamente en mundiales y Juegos Olímpicos. Uno de los frutos lo consiguió
Rashid Ramzi, nacido en Marruecos y nacionalizado por Bahreín, al hacerse con la corona de los 1.500 en el Campeonato del Mundo de Helsinki, lo que le valió el apodo de El legionario a sueldo del petrodolar.
¿Pero por qué quieren campeones países como Bahrein, Qatar u otros países ricos? Porque saben que el deporte es global, y los éxitos de un atleta le dan más presencia en los medios que cualquier acción de Public Diplomacy orquestada por el Ministerio de Turismo de turno.
La FIFA se ha puesto seria en éste punto, y no permite que ningún jugador juegue en una selección en la que no tenga vínculos reales. Esta norma lleva en vigor desde 1960; antes podíamos ver a un jugador que en su vida había representado a tres selecciones:
Kubala fue jugador de Hungría, Checoslovaquia y España.
Nos hemos ido demasiado lejos, cuando tenemos ejemplos en la selección española:
Pernia y
Marcos Senna, con el antecedente de Donato. Estos jugadores hubieran preferido jugar en la selección de Brazil o Argentina, para qué engañarnos; la oportunidad se la han dado su patria recién abrazada, algo totalmente legítimo.
Todo es prueba de que los estados nación han quedado desvirtuados, sin que ello supongo un retroceso ni haya que rasgarse la vestiduras.
Pernia, jugador de la selección española, y reciente fichaje del Atlético de Madrid; nacido argentino, defiende la roja como el resto de jugadores. Nadie se cuestiona su origen; es un español más; si Argentina y España llega a la final , seguro que alguno sacará el tema. Oidos sordos…
El proceso de Globalización no afecta solo a las selecciones; los clubs de fútbol son muestra de la desaparición de las fronteras transnacionales. Hasta finales de la década de los ochenta, Yugoslavia prohibía la salida de jugadores con menos de 28 años; los polacos tenína que tener más de 30 años; estas limitaciones existían en distinta medida en los países del bloque comunista, todo ello con el afán de evitar que las ligas nacionales y los talentos se fueran a otros países de la Europa no comunista.
Hoy en día son inconcebibles estas limitaciones.
Hace una década, los equipos estaban compuestos por jugadores nacionales, más unos pocos extranjeros; las normas eran firmes en este asunto. Pero las normas se vinieron abajo por culpa de (o gracias a) un jugador que no pasará a la historia por sus destrezas con el esférico:
Jean-Marc Bosman llevó a la
UEFA al Tribunal Europeo de Luxemburgo porque se le limitaba su circulación como trabajador dentro de la UE, ya que en el resto de Europa ocupa plaza de extranjero. Se materializaba que la UE sirvía para algo, aunque fuera para que en España pudiésemos disfrutar con Zidane, Beckham, Figo o Vieri sin que ocuparan plaza de extranjero.
Estos es positivo para el fútbol; la libre circulación de jugadores hace que la calidad aumente futbolística aumente en los mundiales. No sucede lo mismo con el arbitraje, con señores de negro venidos de todos los países, de tal manera que no se puede equiparar a un arbitro español o italiano, acostumbrados a lidiar con jugadores estrella, con un arbitro llegado de Bali.
El fútbol se ha extendido por todo el planeta . La consecuencia más palpable es que la estrella puede estar en cualquier rincón africano, americano o asiático. Los grandes equipos, fundamentalmente europeos, acuden a esos países para fichar a golpe de talonario a jóvenes promesas. Los jugadores de países africanos sueñan con emular a
Etoo, porque los partidos de Etoo son vistos en todo el Mundo. Es más, los clubes han iniciado una estrategia de captación de esas promesas, abriendo las escuelas de fútbol en esos países. Deporte y negocio se entremezclan: un jugador bueno en una de estas escuelas de fútbol tal vez no llegue al nivel para jugar en el equipo de la metrópoli, pero podrá servir en una transacción económica que enriquezca al equipo. Los derechos del jugador serán, desde los inicios de su carrera, de un equipo, que negociará con ellos a discreción con otros equipos.
Y ello nos devuelve al Mundial: hay selecciones francamente malas, que no han tenido ninguna posibilidad de pasar la primera fase. Pero también es sorprendente que selecciones como Ucrania, Suiza, Australia o Gana (dónde opera
la escuela de Fútbol del Feyenord holandés) se hayan abierto paso, con un fútbol más que meritorio; los seleccionadores no tienen que ser del mismo país; es más, muchos se afanan en contratar entrenadores extranjeros, sabiendo que con ello importan técnicas y experiencia en el entrenamiento, que en el país simplemente no existe.
Si los entrenadores son extranjeros, con técnicas parecidas y estrategias más o menos estandarizadas, los jugadores suelen competir en ligas extranjeras, con lo que su nivel de cualificación futbolística es mayor.
Jugadores que juegan en ligas muy competitivas, entrenadores extranjeros y escuelas de fútbol, han hecho que la globalización haya aterrizado en las selecciones, subiendo el nivel y haciendo que los partidos espectáculo, con una selección fuerte, sean ya menos frucuentes.