Una guerra en Corea
Wednesday, May 26th, 2010
En caso de guerra entre las dos Coreas, la parte sureña solo tendría que repartir unas cuantas raciones de comida a una tropa norcoreana famélica para neutralizar cualquier movimiento. Dicha táctica bélica no es mía. La escuché el otro día, y mi interlocutor hablaba en serio (en la línea de este análisis publicado en The Guardian). Corea del Norte es el peor de los peores regímenes. Con unas fronteras casi totalmente cerradas (por las sanciones internacionales derivadas de su programa nuclear armamentístico, el único en desarrollo que existe sin ningún disimulo, y por su propio cerramiento ) la situación del Ejército no puede ser la mejor para batallar con sus vecinos del sur, bien equipados y bien apoyados por cerca de 30.000 efectivos estadounidenses. El número de efectivos reales de los que dispone el medio metro de dictador se eleva a unos 600.000, según la propia propaganda del régimen, a las que hay que sumar unos tres millones de reservistas, cifra que también procede del propio régimen.
Partiendo de la premisa del hambre como arma fundamental que juega a favor de Corea del Sur, al Norte solo le queda el potencial nuclear del que ha sacado pecho con ensayos sin ningún rubor (incluido un ensayo en el subsuelo y la prueba de varios misiles de largo alcance) y el fanatismo por el que se pueden mover los propios norcoreanos, en cuyos cerebros han sufrido un aislamiento total y una veneración al Querido Líder. Consta también que Corea del Norte tiene capacidad de actuar. De hecho es capaz de hundir una fragata, origen de esta crisis.
No se puede entender lo que sucede en las dos Coreas sin mirar hacia EE UU y China, que mueven sus influencias en ambas Coreas. Hilary Clinton viaja hoy a Seúl, seis días después de que el Sur confirmara la autoría del ataque, que el Norte niega. Mientras, tan solo una semana después del ataque fue Kim Jong Il quien visitó en persona China, algo insólito dentro del régimen, con el que sin duda se quería hacer marcar cierto respaldo por parte de Pekín.
En todas sus reacciones a las declaraciones surcoreanas (que tienen también su componente nacionalista), Pyongyang dice sentirse agredido por “la propaganda” de su vecino. Parece que es lo que más le duele. Y eso que no ha habido una campaña de comunicación para minar al régimen. Quizá el arma más potente puede ser emitir culebrones surcoreanos y anuncios de la vida desarrollado del sur, como proponen algunos desertores y disidentes norcoreanos.
El juego de Corea del Norte es claro: tensar la cuerda (hundiendo un buque) para ver qué puede sacar de nuevo, en un momento en el que la economía mundial no se puede permitir una guerra. De momento.