El Congo, o la guerra en breves
Moeh Atitar de la Fuente - Tuesday 28 de October de 2008
La República Democrática del Congo es el país número 12 en cuanto a extensión. Pocos países han sido tan inestables. Sólo hay que fijarse en los cambios de nombre: el Congo Libre — estado privado del colonialista rey Leopoldo de Bélgica –, el Congo belga, el Congo-Leopolville, Congo-Kinshasa, Zaire (con el dictador Mobutu a la cabeza) y finalmente República Democrática del Congo.
Viejos enemigos, nuevas amenazas: así titulaba The Economist un artículo hace un par de semanas. El Congo no ha dejado de ser escenario de conflictos étnicos, sobre todo en su zona fronteriza con Uganda, Burundi y sobre todo Ruanda, con los mismos enemigos de siempre, que ponen encima de la mesa su pertenencia a un grupo étnico. 17.000 cascos azules velan por acuerdos que todas las facciones se han saltado. La región de Kivu es ahora escenario de los movimientos del grupo rebelde , liderado por el general Nkunda, un psicólogo metido a militar, actor en la guerra de Ruanda, y ahora metido a señor protector de los Banyamulenge, los tutsis del Congo.
Laurent Nkunda, de 41 años, licenciado en psicología. Durante la guerra de Ruanda a principios de los 90 fue fiel aliado del ahora presidente ruandés Paul Kagame, otro tutsi que desde el exilio llegó al poder, en un avance que ponía fin al genocidio de los tutsi de mano de los hutus. Nkunda se quedó en la región de Kivu, como guardián, protector de los tutsis, frente a la presencia de hutus huidos de Ruanda y el propio gobierno del Congo, protagonizando la primera y segunda guerra del Congo. En 2003 se negó a que su grupo rebelde se integrara en el Ejército congoleño como se estipulaba en los acuerdos de paz. Contra él pesa una orden internacional de detención por crímenes de guerra. Siempre ha negado responder a las órdenes del Gobierno de Ruanda, aunque admite que Kagame es su aliado. Un factor importante para entender a Nkunda es su retórica llena de carga religiosa: “Cuando ellos luchan, Dios está de su lado”, dice el líder hablando de sus propios soldados en un reportaje del NYT de 2007, realizado en el territorio de este señor de la guerra .
Sin oposición, de momento. La inoperacia de los cascos azules se ha puesto encima de la mesa cuando una turba ha atacado su cuartel general, cansados de que los soldados que están para protegerles no lleguen a tiempo o no quieran llegar. El general de brigada español, Vicente Díaz de Villegas, comandante de la misión, presentó su dimisión ayer por “falta de medios”. Hoy la ONU anuncia la retirada de su personal humanitario ante el avance de las tropas de Nkunda. El Ejército estatal también cede el paso. Vía libre para Nkunda, cuya tropa está a tan sólo 20 kilómetros de Goma, ciudad fronteriza con Ruanda.
El momento de esta ofensiva del tutsi Nkunda no es casual. El presidente ruandés Paul Kagame, que combatió a principios de los 90 con Nkunda para que los tutsis tomaran el poder después del genocidio hutu, revalidó su poder en unas elecciones más o menos limpias en el mes de septiembre. Nkunda acusa al gobierno del Congo de apoyar a la guerrilla Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR, siglas en inglés), un grupo armado formado por hutus, responsables del genocidio tutsi de 1994. La intencionalidad de Nkunda — en consonancia o no con Kagame — es dar una vuelta más a un conflicto en una región es fuente de minerales tan importantes como el coltán, con el que se fabrican móviles, consolas o ordenadores, tal y como se retrató hace unos meses en un sensacional documental , Blood Coltan. No habrá aventura humanitaria, pese a los 200.000 refugiados desplazados en la región. El coltan — a precio más o menos barato — seguirá en el mercado, lucrando a unos u otros.
Será un guerra que ocupará breve espacio en los medios de comunicación, tal y como sucedió hace unos meses ante avances de estos mismos rebeldes. Los periodistas harán malavares para que la noticia pueda interesar algo, no destacando la muerte de los civiles, sino la suerte que corran los gorilas, otras víctimas del conflicto. Es así: al público le puede interesar más la suerte de unos primates que la de sus congéneres.
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