Fotografía de portada de EL PAÍS y en El Mundo :
Foto EFE
Son diez minutos largos. El jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, entra en la sala donde va a celebrarse la cumbre sobre el futuro de Afganistán, con asistencia de 47 mandatarios. Casi de inmediato toma asiento. Las cámaras de televisión le muestran ensimismado. Apenas a escasos metros, el presidente de EE UU, George W. Bush, departe animadamente con la canciller alemana, Angela Merkel, y el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer. Otros asistentes, como el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la UE, Javier Solana, se suman al círculo, cada vez más nutrido. En un momento determinado, Bush se acerca al asiento contiguo al que ocupa Zapatero y saluda al primer ministro sueco, Friedrik Renfeldt. Pero Zapatero no se da cuenta porque está charlando con su ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, quien se interpone entre ambos. Bush se aleja. Zapatero sólo se incorpora para estrechar la mano al presidente afgano, Hamid Karzai, a quien Carles Casajuana, asesor de política exterior de La Moncloa, trae del brazo. La reunión comienza sin que Bush y Zapatero intercambien una palabra.
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Por cierto, no me extraña que ignore a Bush: El 81% de los estadounidense conisdera que su país va por camino, según una encuesta del NYT.