El 17 de octubre de 1985, Barcelona ganó los primeros (y hasta ahora únicos) Juegos Olimpicos celebrados en España. Eran otros tiempos.
La delegación española estaba encabezada por el alcalde de Barcelona, Pascual Maragall. No estaban ni el Rey ni la Reina. Las crónicas de la época dicen que fue Maragall quien les comunicó la noticia por teléfono; tampoco estaba el presidente del Gobierno, un tal Felipe Gonzalez. El Ejecutivo estuvo representado por el ministro de Narcis Serra, primer impulsor del proyecto olímpico cuando era el primer edil de la ciudad condal. Comparen con Madrid 2016: El Rey y la Reina; el jefe del Ejecutivo, Zapatero; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; el alcalde, Ruiz-Gallardón; un ministro de Exteriores, Moratinos; el jefe de la oposición, Mariano Rajoy; súmenle vices por aquí y por allá, y aún así seguro que me dejo a alguien de alta arcunia. Y España no nota sustancialmente la ausencia en territorio patrio.
Los de enfrente, los enemigos, a los que hay que destripar (¡mándemos a la porra el espíritu olímpico!), tampoco es que vengan con las manos vacías: Brasil, con su presidente, Lula, y EE UU con el suyo, nada más y nada menos que Obama, que no va a ir para irse con las manos vacías. También, en su caso, hay que sumarle alcaldes, vices varios, y esposas. Tokio, sabedora que no lo tiene todo con ella, solo envía a su primer ministro, y en último momento.
Eran otros tiempos. Solo 500 millones de personas seguían la designación por television. Los señores que decidían se les podía persuadir directamente. No había tanta norma antisoborno (ahora estarán ya suficientemente pagados), y la presión se podía ejercer de manera directa. Se podían comprar voluntades, aunque seguro que era posible de ganar de manera más o menos limpia.
Ahora, no. La presión es distinta. Los estados tiran de todo su arsenal de persuasión. Obama, sonriente, dará apretones de manos. Antes, alguno de sus esbirros le habrá hecho una oferta que no podrá rechazar al gobierno de turno. Una cancelación de deuda por aquí, unos misiles guiados por láser por allá, un “nosotros no nos meteremos en asuntos que consideramos internos de vuestro país”… Básicamente lo que se lleva haciendo en la diplomacia durante siglos. Y allí tenemos casi todas las que perder, como nos demostró Blair la vez anterior, que con un proyecto en ciernes, se llevó la elección, y dio igual que se hubiera metido en la guerra de Irak de la manita de Bush. Obama sigue la estela del inglés. Y la noticia de mañana sería que Obama cosechara su primera derrota delante de los ojos de todo el mundo. Difícil de imaginar.