A solo 8 días de la primera vuelta de las elecciones francesas nada está decidido porque solo lo estará hasta que les enfants de la Patrie voten y sus votos sean contados.
Entonces saldrán expertillos a pronunciar esta frase: “las encuestas de nuevo se equivocaron”; o “esta vez las encuestas acertaron”. Ni acertarán, ni se equivocarán: una encuesta solo es una fotografía parcial en momento concreto, que no supone la extrapolación de ningún resultado futuro.
Dicho esto, las encuestas están siendo, como siempre, el arma arrojadiza de unos y de otros. La última es que a Ségolène Royal la dan por eliminada en la primera vuelta un sondeo confidencial encargado por les Renseignements Généraux – servicio secreto francés -, aunque estos niegan su existencia. Lo sorprendente es que hasta el 2004 lo RG podían hacer encuestas de este tipo.
Cierto o no, Royal no ha llegado a ser tan boyante como se esperaba. Lo peor es que no ha ofrecido una visión de ganadora; de hecho, ningún candidato lo ha hecho porque, simplemente es imposible.
Sarkozy, siempre ganador en las encuestas de la primera vuelta, no puede erigirse como vencedor absoluto porque sabe que lo tiene crudo: solo en el hipotético caso de que Le Pen fuera su rival en la segunda vuelta, el candidato de la derecha francesa podría estar tranquilo, ya que se repetiría el mismo escenario que hace cinco años.
Si pasa Bayrou, lo más seguro es que los que votaron a Royal se pasen en gran proporción al centrista para evitar la victoria de Sarkozy.
Si pasa Royal, Sarko podría atraer a una parte del electorado de Bayrou, y la cosa estaría más abierta, como lo está hoy, en manos de los votantes indecisos, y del llamado voto estratégico.
Solo hay una cosa clara: “La confusión está clarísima”