Guerra y Paz

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Moeh Atitar de la Fuente

Periodista, fotógrafo y blogger. Más sobre el autor.

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Afghansty

Moeh Atitar de la Fuente - Tuesday 19 de May de 2009

“Una nueva generación está apareciendo en el seno del Ejército francés, aquellos de los Afghansty, del nombre de los militares soviéticos que sirvieron en Afganistán de 1979 a 1989”: así empieza un post de Secret Defense, blog de asuntos de defensa en Liberation.

Jean-Dominique Merchet asegura que la guerra en Afganistán “hoy hace vibrar a los militares” y que todos quieren ir a servir en esas misión. “Los soldados franceses de Afganistán se parecen exteriormente a los militares americanos”, dice, pero sin olvidar que están en una misión bajo mando estadounidense con el cotidiano apoyo aéreo también estadounidense. Secret Defense no se mete en si será mejor o peor, porque quiere incidir en que esta generación de nuevos militares (desde la soldadesca a la oficialidad) va a estar marcada por esta guerra, distinta a la anterior, que tuvo que superar los estigmas de la Guerra Fría para enrolarse en misiones de paz, sobre todo en los Balcanes.

Puede que Afganistán contribuye a despejar esa visión que se tiene de los Ejércitos como ONG que llegan a un sitio a repartir caramelos a niños sonrientes. Es la visión dulce que nos han hecho llegar a través de gabinetes de prensa y toda la maquinaria con la que se narcotiza a una sociedad reacia a pensar en guerras. ¿Qué sucede en Afganistán con esta proyección pública? En el caso español, nada de nada. No hay caramelos, pero tampoco leches. Parece instalarse la tendencia de “mejor que no sepamos que están haciendo en Afganistán nuestros chicos”.

Lo que bien señala Merchet es trasladable al caso español. Las Fuerzas Armadas quedarán marcadas por esta misión, pero aún es demasiado pronto para saber cómo. Los ejércitos aprenden a hacer lo suyo (ya lo llamemos guerra o imposición de paz) haciéndolo. Cambian, modifican y pretenden mejorar. Valga un ejemplo de apariencia banal: la primera vez que el Ejército británico entró en Afganistán allá por el siglo XIX lo hizo con su uniforme rojo. Cayeron como chinches: el color se disimulaba poco sobre el terreno árido y amarillento, y los afganos, con ropajes que mimetizaban con el terreno, podían disparar desde las colinas sin mucha dificultad. La siguiente vez los británicos entraron con uniformes marrones, cambiando la moda cromática que ha llegado hasta nuestro días.

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