Un año
Wednesday, January 25th, 2012
Después de un año del inicio de la revolución que derrocó a Mubarak, nos apresuramos a hacer balance. El Faraón cayó el 11 de febrero, en menos de un mes de revueltas e intentos violentos de sofocar los levantamientos contra el régimen. El vacío de poder se manifestó en la desobediencia civil: la amalgama de revolucionarios no obedecía, no tenía miedo y Mubarak se encontró sin la posibilidad de ejercer efectivamente su poder.
La clave fue, como ya desde hace casi siete décadas, el papel del Ejército: no se sumó al alzamiento contra Mubarak, pero tampoco se puso de lado del régimen. Se percibió como una figura distinta a la de todo el sistema, con una ostentación de poder casi mediador, mojándose poco o nada. Esperó a que la fruta madurara, a que la salida del Raís fuera inexorable, y entonces se vendió como institución de orden para llevar al país de una dictadura a una democracia. En lo que parecería un delirio se colocó a su frente al mariscal Tantawi, ministro de Defensa con Mubarak [Un apunte: el Ejército ha sido con mucha diferencia la institución que más ayuda ha recibido del exterior, principalmente de EE UU].
Todo esto no hubiera sido posible sin los pactos soterrados entre los militares y las principales fuerzas opositoras reales: los islamistas. Durante estas décadas, han vivido en un tira y afloja que los llevo a una fórmula de ‘tolerados pero reconocidos’ en los últimos años de Murabak. Han sufrido por el régimen en muchos casos la opresión, pero siempre han sabido en que momento pactar o dejar de actuar. Su labor visible por la sociedad fue la asistencia allí donde el estado ni quería ni podía llegar: desde la educación, a la atención médica básica hasta las asociaciones deportivas.
Los Hermanos Musulmanes, hoy ya la principal fuerza política en el nuevo parlamento, se mantuvieron en una segunda línea muy diluida durante las primeras protestas en Tahrir. Hasta se mostraron titubeantes en los primeros momentos en su salto hacia un partido político, si bien es cierto que sus dudas tardaron poco en disiparse, y hoy, junto a los más radicales salafistas, ostentan la aplastante mayoría en las elecciones más libres que ha vivido en décadas Egipto, pero aún tuteladas por una junta militar.
La paradoja es que la Junta Militar no ha retirado hasta hoy el estado de emergencia que regía en el país desde hace 30 años, algo más que nominativo cuando se puede detener y reprimir a espuertas con la legislación marcial. En un año no ha habido un cambio sustancial en las leyes que los ha mantenido como institución clave para quien quiera ostentar el poder.
Un año después la clave está en ver si Junta Militar y fuerzas políticas islamistas son capaces de compartir el poder, y si los primeros son capaces de mantenerse en una segunda línea, pero siempre vigilantes a sus intereses.