La llegada de Obama a la Casa Blanca puede hacer cambiar una doctrina militar implantada desde hace dos décadas: EE UU, según estas líneas de actuación no escritas, podía conducir dos guerras a la vez sin problema. La doctrina bebía de la euforia del final de la Guerra Fría, y no contaba con que las guerras se iban a diluir en combates asimétricos, y que determinadas potencias, como China o Rusia, iba a discutir su poderío; ellos tenían el papel de gendarme del mundo, y nadie les podía hacer frente.
Paradójicamente, la guerra de Afganistán y la posterior invasión de Irak (con 170.000 soldados desplegados actualmente) pone en evidencia que EE UU no puede estar en dos guerras abiertas a la vez ; guerras, que son, además, de condición asimétrica, con un enemigo diluido y una imposibilidad de formular una victoria clara y permamente. Leemos en éste artículo de NYT como la doctrina de la administración Bush impuso hace cuatro años que el Ejéricito, el Pentágono, tenía que responder a guerras de invasión, a la defensa del territorio, al combate del extremismo, etc. La llegada de Obama puede ser un punto de inflexión, pero el debate hacia donde va la doctrina militar de la hiperpotencia no está claro, máxime con desafíos que pueden plantear potencias como China o Irán, que responden a un paradigma bien distinto al de las guerras asimétricas, así como la presencia militar [no tan] soterrada de EE UU en África.
La materialización de éste cambio — sin saber aún hacia donde — empieza con el traslado de las fuerzas y esfuerzos militares de Irak a Afganistán. El Pentágono se enfrenta ahora a un desafío logístico: es dificil hacer llegar fuerzas militares a un país, pero más dificil va a resultar la retirada. La mayor parte del material militar que EE UU tiene en Irak no volverá a casa. Se distribuirá en parte por el Golfo Pérsico (EE UU quiere que Irán siga notando su aliento en la región), y sobre todo hacia Afganistán, donde no tiene aún resuelto del todo la ruta para hacer llegar todo ese material, sobre todo con los ataques en Pashwar (Pakistán) contra los convoyes con material militar. Y esos ataques, con la salida del invierno, se verán intensificados.
Ya en Afganistán, el Pentágono tiene que hacer frente a una realidad indiscutible: al invasor ni agua, y menos información. Es lo que trasluce este artículo de Rajiv Chandrasekaran sobre en Washington Post. El escenario es bien distinto a Irak, y la tan cacareada the surge (aumento de tropas) puede que no funcione por la falta de un pilar fundamental en esta estrategia: las milicias paramilitares que se crearon en Irak entre la población suní (a golpe de dólares) para luchar contra Al Qaeda y satélites no puede ser trasladada con tanta facilidad en Afganistán; se puede dar la circunstancia de que para combatir a los talibanes se haga fuerte a determinados señores de la guerra, tal y como hizo la URSS, cuya lealtad no está ni mucho menos garantizada.
La doctrina Bush — que el Pentágono se encargue de todo — impera con fuerza en la mente de muchos en Washington. El ejemplo es México, donde la guerra estatal lanzada contra los cárteles de la guerra se plantea en sus mismas puertas. Ya hay quien habla de que EE UU tiene ofrecer más ayuda militar a su vecino del sur.
La doctrina militar de EE UU choca como nunca con la realidad. No puede responder de igual manera al desafío que le pueda plantear una potencia como China (véase los últimos incidentes de las dos armadas) o Rusia, a los ataques de una guerra de guerrillas de los talibanes o la lucha contra el narcotráfico, que en la mayoría de los casos es solo una cabeza de puente para mantener su influencia en los países del sur. Por eso suena desde el Pentágono y/o expertos militares fórmulas que incluye sobre todo la versatibilidad y la adaptación a las circunstancias, cuestiónandose la propia hiperpotencia su propia condición.
No tan al margen:
— El mulá Omar, líder de los talibanes derrocados en 2001, está dispuesto a negociar, según un antiguo amigo de Bin Laden, ex combatiente contra la URSS en Afganistán, y hoy mediador de la propuesta saudí de paz. Obama lanzó hace unos días la propuesta de manetener un diálogo con elementos moderados de los talibanes, en un “claro divide y vencerás”. Por eso parece que, en el trato con Omar, será el presidente Karzai quien juegue la baza.