The fixers: los ojos y los oídos en la guerra
Sunday, May 20th, 2007
Desde que comenzó la guerra en 2003, al menos 176 periodistas y profesionales de la comunicación han sido asesinados en Irak, según Reporteros Sin Fronteras.
Dos periodistas de la cadena ABC News fueron asesinados el jueves por desconocidos después de que su vehículo cayera en una emboscada. Eran el cámara Alaa Uldeen Aziz, de 33 años, y el técnico de sonido Saif Laith Yousuf, de 26.
Los dos eran iraquíes, como la inmensa mayoría de periodistas que recaban información en Irak, ya que los periodistas occidentales simplemente no pueden circular libremente por Irak sin ser objetivo de las partes implicadas en la guerra civil.
Alaa y Saif eran lo que en el mundo periodístico se conoce con el término inglés fixers (fijadores): son nacionales que viven en una zona de conflicto que se ofrecen a los medios extranjeros para hacer de todo, desde guía y traductor, pasando por técnicos de sonido, cámaras o fotógrafos, hasta llegar a ser los redactores de esos medios sobre el terreno.
Hablaba hace poco del trabajo de estos profesionales iraquíes y del poco o nulo reconocimiento que se le da; vaticinaba que no iban ganar ningún premio (espero equivocarme), y que muchas veces eran directamente anónimos en su labor informativa, pero también en su muerte.
El Instituto de Prensa Internacional baraja la cifra de 46 periodistas (quizá el término más adecuado sea el de profesionales de la información, ya que engloba no solo a periodistas sino técnicos de sonido, cámaras, fotógrafos etc) muertos en Irak durante el año 2006. De esos 46, 44 eran iraquíes (artículo de Reuters firmado por un periodista iraquí precisamente).
Los fixers no es algo nuevo de Irak, y es inherente a todos los conflictos. Un ejemplo actual es Afganistán, donde estas personas son en la mayoría de las veces la única vía para recabar información entre el entramado tribal; el conflicto de Yugoslavia es otro claro ejemplo de cómo los medios dependieron de estas personas.
En un artículo del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), firmado por Elisabeth Witchel, se describe la labor de estas personas en varios conflictos, a través de testimonios tanto de los propios fixers como de profesionales de los medios con los que trabajan.
“Los corresponsales extranjeros piensan que escriben para cierta audiencia, y que no estan poniendo a sus fixers en riesgo. Pero ahora cualquier señor de la guerra puede coger un artículo por Internet, y son frecuentemente traducidos a la lengua local y puestos en circulación. Si la historia ofende a alguien, el fixer recibirá una visita”, relata en dicho artículo un fixer afgano que se mantiene, por obvias razones, en el anonimato.
Quizá el anonimato sea una de las características que define al fixer. En un artículo de Dean Reynolds publicado en ABC News (con motivo de la muerte de sus dos fixers), y en que hace un repaso sensacional a la labor de estas personas, el vetarano corresponsal termina con esta frase: “Les diría sus nombres, pero no los conocerían”.
Muchos de estos fixers no ha recibido una formación específica relacionada con el periodismo. Muchos de ellos comienzan su relación con los medios porque conocen el idioma, y porque se ofrecieron en su momento a la puerta de los hoteles de la prensa; la guerra, además, agudiza el ingenio, y la posibilidad de recibir un sueldo bastante más alto del resto de sus compatriotas,terminan desembocando en una labor informativa arriesgando sus vidas allá donde el periodista extranjero no puede entrar.
Por eso, algunos aparejan el término fixer con el de periodista paracaídas , pudiendo llegarse a poner en duda, de manera injusta, la calidad de un trabajo a todas luces imprescindible.
Pero en el fondo los fixers son ante todo y sobre todo rentables para los medios con los que se vinculan (usar el verbo contratar sería dejar a muchos de ellos fuera): tener a un corresponsal propio en una zona de conflicto es caro, muy caro; si además tiene que ir acompañado de un equipo técnico, el precio se eleva; si añadimos a esto que a los empleados hay que tenerlos asegurados y con mínimas medidas de seguridad (es lo que debería de ser, pero en muchas ocasiones incluso los periodistas enviados a una zona de conflicto se tienen que costear el chaleco antibalas y el casco, el seguro puede brillar por su ausencia y el trabajo se hace más por pasión que por sueldo) el fixer sale muy barato.
La ecuación es clara: al principio las guerras interesan a todo el mundo, y el riesgo/inversión merece la pena; conforme el conflicto se prolonga, el interés decrece y con ello la inversión. Mejor tener a un fixer que arriesgue su vida para que todo el mundo pueda recibir la información. Además su muerte, desgraciadamente, pesará menos.
Pero no olviden que sin ellos — se hace difícil imaginar que no existan en cualquier guerra– no tendríamos ni imágenes, ni sonido ni información. Son los ojos y los oídos de los medios y de sus audiencias en la guerra.