El dictador que baila
Thursday, March 5th, 2009
La Corte Penal Internacional decidió ayer ordenar el arresto de Omar el Bashir, dictador que dicta desde hace dos décadas en Sudán, acusado de crímenes de guerra, que se traducen en 300.000 muertos en Darfur. Sospecho que los marines no irán a detenerlo, máxime cuando EE UU no es signatario de la Corte; tampoco irá China, quien ha sido el máximo valedor (inversor) de Bashir en los últimos años. El dictador sudanés tiene la mejor garantía de sustento, mientras la sepa usar: el petróleo.
Al Bashir recibió ayer la noticia bailando, ataviado con el uniforme de general, y cantando un “Down, Down USA!”, en inglés, para que se le entienda. EE UU fue de los primeros en hablar de genocidio, con las estrellas de Hollywood lanzados hace unos años a una campaña que llevó a dedicar un capítulo entero de la serie Emergencias a la situación en Darfur. Pero Al Bashir seguirá bailando. Las leyes internacionales no van con él: ya se ha saltado de manera flagrante el embargo de armas, llegando a usar aviones maqueados como si fueran de la ONU para hacer llegar suministros a las milicias de los janjaweed, su punta de lanza en Darfur.
También le dio refugio (cursando la invitación de Turabi) al mismo Osama Bin Laden tras la guerra del Golfo. A cambio, le construyó bastantes obras públicas, como alguna que otra autopista. Al Bashir demostró entonces que lo que le importaba era él. La presión de Egipto y Arabia Saudí — no de EE UU, como antes se señalaba en estas líneas — obligó al dictador a deshacerse del terrorista más buscado, que saltó a Afganistán.
Al Bashir seguirá bailando, hasta que la tarta que reparte ahora con China y demás socios la distribuya otro. Queda también pendiente que EE UU resuelva su incoherencia con respecto a la Corte Penal Internacional.Escribe hoy Ramón Lobo en El País un perfil de Bashir, que titula el golpista sin carisma:
A Omar al Bashir le gusta vestir el uniforme, sobre todo en los mítines, en las sesiones fotográficas y en los momentos de dificultad, como el actual. Es como si detrás de esas medallas, algunas ganadas en las filas del Ejército egipcio con el que luchó contra Israel en 1973, se sintiera seguro. Los que le conocen sostienen que es un hombre más agradable de lo que aparenta, aunque huidizo, sin carisma, sin demasiada educación, y que siempre ha envidiado la inteligencia y capacidad del intelectual islamista Hasan al Turabi, con quien mantiene una relación compleja (admiración mezclada con órdenes de arresto domiciliario). Tampoco se llevó bien con el líder de la guerrilla del sur, John Garang, que también le superaba en brillantez, y a quien convirtió en su vicepresidente forzado por los acuerdos de paz de 2005 y que semanas después pasó a mejor vida en un extraño accidente de aviación.