El final de Saddam Hussein
Moeh Atitar de la Fuente - Saturday 30 de December de 2006
Saddam Hussein ha sido ahorcado a las 6 de la mañana hora iraquí, 4 de la mañana hora española. La horca, tras un juicio calificado por muchas organizaciones internacionales como una farsa sin la mínima garantía judiciail, ha puesto fin a la vida de un dictador, que pasó de ser aliado de EE.UU a ser su principal enemigo. Resuena una pregunta que lanzaba Robert Fisk en la columna dedicada al veredicto: “¿Alguna vez la justicia y la hipocresía habían estado tan obscenamente unidas?” Puro Far West.
Corrían los años ochenta cuando Saddam Hussein recibía armamento de Estados Unidos y de algún país occidental. Había que plantar cara al Irán del Ayatolah Yomeini, y Sadam era el mejor aliado de la región. Con esas mismas armas reprimió a su pueblo y se mantuvo en el poder con mano férea y criminal.
Tal vez lo que mejor defina a este dictador sea la megalomanía, muy propia de todos los despotas y dictadores que la humanidad arrastra en su historia. Esa megalomanía alcanzó su cúspide en 1991, cuando le llevó a invadir Kuwait. Ocho días antes de que las tropas iraquíes cruzaran la frontera, Saddam convocaba a la embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, para anunciarle su disposición a invadir el país vecino. La embajadora respondió que EE.UU “no iba a tomar ninguna posición en un conflicto fronterizo entre los dos países.”
Saddam se sentía fuerte; no había ganado la guerra a Irán, pero tampoco la había perdido. Los medios de comunicación internacionales colocaban al ejército iraquí como el tercero más importante del mundo. El 2 de agosto de 1990 Irak invadía Kuwait: comenzaba la guerra del Golfo.
Por aquellos años gobernaba Estados Unidos Bush padre. La URSS daba sus últimos coletazos, y la CNN era la única televisión de información que emitía 24 horas al día desde todos los puntos del conflicto, incluido Israel que recibía los misiles Scud pese a los antimisiles Patrol. Los Scud llegaron a alcanzar la base estadounidense de Dahran, Arabia Saudi, causando la muerte de una treintena de soldados.
Fue el 16 de enero de 1992 cuando una coalición de 34 países, bajo mandato de la ONU y con el liderazgo de EE.UU, comenzó la llamada Operación Tormenta del Desierto. Saddam la bautizó en sus discursos propagandísticos como “la madre de todas las batallas.” Las operaciones de la coalición internacional se iniciaron con una campaña de bombardeos aéreos sobre Irak y sobre las posiciones del ejercito iraquí para allanar el terreno para las tropas de tierra. El 28 de febrero Irak se rendía y abandonaba Kuwait.Comenzaba un periodo de sanciones y embargo internacional sobre Irak que le hacía la vida más dura sobre todo al pueblo iraquí, porque los palacios de los dictadores no entienden de embargos.
Saddam aceptó las inspecciones de la ONU para revisar su arsenal, en búsqueda de Armas de Destrucción Masiva. En noviembre de 1998 el equipo de inspectores se retiró durante unos días, alegando falta de cooperación; volvieron pronto, pero solo hasta el 16 de diciembre: ese mismo día Clinton ordenaba bombardear puntos estratégicos de Irak; comenzaba la llamada Operación Zorro del Desierto, que duraría tan solo dos días.
Los atentados del 11 de septiembre marcaron el principio del final de Saddam Hussein: los neocon había codiciado la pieza iraquí desde hacía muchos años, y comenzaron a vincular a Saddam Hussein con Alqaeda, y por ende con los atentados del 11-S.Irak, junto a Siria, Irán y Corea formaban el Eje del mal. Por si esta inverosímil unión no surtiese efecto, se lanzaró la certeza de que Irak disponía de armas de destrucción masiva, con un secretario de estado blandiendo un tubito en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Pese al clamor internacional, Estados Unidos y Gran Bretaña lanzaron la invasión el 20 de marzo de 2003, sin auspicio alguno de la Comunidad Internacional. Comenzaba una guerra ilegal, que aún hoy continua en forma de guerra civil entre los propios iraquíes.
La megalomanía de Saddam se contagió a sus ministros. Un rebautizado Alí el cómico, ministro de información, aseguraba que las tropas iraquíes estaban plantando cara a las tropas invasoras, desmintiendo su entrada en la capital. Los carros de combate estadounidense estaban a excasos kilómetros.
Desmoronado el escaso ejército e inactivos los supuestamente temibles fedayines, Saddam Hussein se evaporó. Iba camino de convertirse en una leyenda, en el mito del forajido que vive en una cueva y que el ejercito más poderoso del mundo se ve incapaz de capturar, pese a ser la pieza más codiciada de una baraja. Todo el mundo sospechaba que, de ser localizado, iba a correr la misma suerte que sus hijos y su nieto, tiroteados al plantar resistencia.
Sin embargo, el 13 de diciembre Saddam era detenido muy cerca de Tikrit, su ciudad natal, por una unidad de élite del ejercito estadounidense. No opuso resistencia; se dijo que entre las lecturas que le acompañaban figuraba una traducción al árabe de El Príncipe de Maquiavelo. “Soy el Presidente de Irak” le dijo a los soldados. Uno de ellos le contestó: “El Presidente de los Estados Unidos le manda recuerdos.”
Cómo si de un trofeo de caza se tratara, Saddam Hussein fue mostrado en todas las televisiones mientras le hacía una revisión médica, y le cortaban la barba para que solo permaneciese su característico bigote: no había duda, era él.
Finalmente llegó el juicio, con un Saddam desafiante ante un proceso lleno de irregularidades que ha terminado con su ahorcamiento hoy, día del inicio de la Pascua musulmana. Toda una metedura de pata elegir sobre todo éste día. Los iraquíes se van a dividir aún más. El final de Saddam no será el final del sufrimiento de los iraquíes.
La familia de Saddam quiere que el cuerpo del depuesto dictador descanse en Yemén, país que se quedó sin ayudas de los EE.UU cuando no apoyó a la guerra del Golfo.
Tal vez lo que mejor defina a este dictador sea la megalomanía, muy propia de todos los despotas y dictadores que la humanidad arrastra en su historia. Esa megalomanía alcanzó su cúspide en 1991, cuando le llevó a invadir Kuwait. Ocho días antes de que las tropas iraquíes cruzaran la frontera, Saddam convocaba a la embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, para anunciarle su disposición a invadir el país vecino. La embajadora respondió que EE.UU “no iba a tomar ninguna posición en un conflicto fronterizo entre los dos países.”
Saddam se sentía fuerte; no había ganado la guerra a Irán, pero tampoco la había perdido. Los medios de comunicación internacionales colocaban al ejército iraquí como el tercero más importante del mundo. El 2 de agosto de 1990 Irak invadía Kuwait: comenzaba la guerra del Golfo.
Por aquellos años gobernaba Estados Unidos Bush padre. La URSS daba sus últimos coletazos, y la CNN era la única televisión de información que emitía 24 horas al día desde todos los puntos del conflicto, incluido Israel que recibía los misiles Scud pese a los antimisiles Patrol. Los Scud llegaron a alcanzar la base estadounidense de Dahran, Arabia Saudi, causando la muerte de una treintena de soldados.
Fue el 16 de enero de 1992 cuando una coalición de 34 países, bajo mandato de la ONU y con el liderazgo de EE.UU, comenzó la llamada Operación Tormenta del Desierto. Saddam la bautizó en sus discursos propagandísticos como “la madre de todas las batallas.” Las operaciones de la coalición internacional se iniciaron con una campaña de bombardeos aéreos sobre Irak y sobre las posiciones del ejercito iraquí para allanar el terreno para las tropas de tierra. El 28 de febrero Irak se rendía y abandonaba Kuwait.Comenzaba un periodo de sanciones y embargo internacional sobre Irak que le hacía la vida más dura sobre todo al pueblo iraquí, porque los palacios de los dictadores no entienden de embargos.
Saddam aceptó las inspecciones de la ONU para revisar su arsenal, en búsqueda de Armas de Destrucción Masiva. En noviembre de 1998 el equipo de inspectores se retiró durante unos días, alegando falta de cooperación; volvieron pronto, pero solo hasta el 16 de diciembre: ese mismo día Clinton ordenaba bombardear puntos estratégicos de Irak; comenzaba la llamada Operación Zorro del Desierto, que duraría tan solo dos días.
Los atentados del 11 de septiembre marcaron el principio del final de Saddam Hussein: los neocon había codiciado la pieza iraquí desde hacía muchos años, y comenzaron a vincular a Saddam Hussein con Alqaeda, y por ende con los atentados del 11-S.Irak, junto a Siria, Irán y Corea formaban el Eje del mal. Por si esta inverosímil unión no surtiese efecto, se lanzaró la certeza de que Irak disponía de armas de destrucción masiva, con un secretario de estado blandiendo un tubito en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Pese al clamor internacional, Estados Unidos y Gran Bretaña lanzaron la invasión el 20 de marzo de 2003, sin auspicio alguno de la Comunidad Internacional. Comenzaba una guerra ilegal, que aún hoy continua en forma de guerra civil entre los propios iraquíes.
La megalomanía de Saddam se contagió a sus ministros. Un rebautizado Alí el cómico, ministro de información, aseguraba que las tropas iraquíes estaban plantando cara a las tropas invasoras, desmintiendo su entrada en la capital. Los carros de combate estadounidense estaban a excasos kilómetros.
Desmoronado el escaso ejército e inactivos los supuestamente temibles fedayines, Saddam Hussein se evaporó. Iba camino de convertirse en una leyenda, en el mito del forajido que vive en una cueva y que el ejercito más poderoso del mundo se ve incapaz de capturar, pese a ser la pieza más codiciada de una baraja. Todo el mundo sospechaba que, de ser localizado, iba a correr la misma suerte que sus hijos y su nieto, tiroteados al plantar resistencia.
Sin embargo, el 13 de diciembre Saddam era detenido muy cerca de Tikrit, su ciudad natal, por una unidad de élite del ejercito estadounidense. No opuso resistencia; se dijo que entre las lecturas que le acompañaban figuraba una traducción al árabe de El Príncipe de Maquiavelo. “Soy el Presidente de Irak” le dijo a los soldados. Uno de ellos le contestó: “El Presidente de los Estados Unidos le manda recuerdos.”
Cómo si de un trofeo de caza se tratara, Saddam Hussein fue mostrado en todas las televisiones mientras le hacía una revisión médica, y le cortaban la barba para que solo permaneciese su característico bigote: no había duda, era él.
Finalmente llegó el juicio, con un Saddam desafiante ante un proceso lleno de irregularidades que ha terminado con su ahorcamiento hoy, día del inicio de la Pascua musulmana. Toda una metedura de pata elegir sobre todo éste día. Los iraquíes se van a dividir aún más. El final de Saddam no será el final del sufrimiento de los iraquíes.
La familia de Saddam quiere que el cuerpo del depuesto dictador descanse en Yemén, país que se quedó sin ayudas de los EE.UU cuando no apoyó a la guerra del Golfo.
“La pena de muerte es signo peculiar de la barbarie”, Victor Hugo
Bueno, ya le ha dado Bush hijo a su padre la cabeza de Saddam. Sin quererlo, han hecho un mártir.Ya que no pudieron condenarle por lo de las armas de destrucción masiva, le condenan por algo que les da exactamente igual a los estadounidenses, la matanza de los kurdos, solo lo han usado como pretexto en esa parodia de juicio digno de una república bananera.
Qué vergüenza, dejan un país destrozado. Mientras, algún valedor de la invasión, como nuestro infausto ex presidente, recogiendo los réditos con Murdoch.
La UE condena la ejecución.Para Reino Unido es hacer justicia. A Turquía se le exige derrocar la pena de muerte para poder aspirar a entrar en Europa. ¿Por que a los ingleses se les consiente todo? ¿por ser los primos hermanos de los estadounidenses?. La pena de muerte es el fracaso del humanismo, no tiene justificación alguna aunque sea la muerte de un tirano, matando nos convertimos en asesinos también.
Frida, me leiste le pensamiento…Los turcos ya la tiene abolida, y GB habría que abrirle expediente de expulsión de la UE a la que no quiere pertenecer y no hace esfuerzos por pertenecer.
A miles de kilómetros de distancia de donde me encuentro ahora mismo han ahorcado a un dictador, un señor con bigote que solía vestir traje militar y que al final ha resultado ser un hombre (y los encapuchados que lo rodean también, no es ficción), y al día siguiente yo lo he podido ver en mi ordenador. No nos damos cuenta de que la tecnología avanza a una velocidad vertiginosa y lo humano parece paralizado o en retroceso. Estas dos líneas paralelas que deberían progresar juntas se han perdido de vista hace tiempo.
Me parece francamete una verguenza que EEUU, siga cometiendo crimenes al mundo y nadie intervenga. Miles de arabes estan siendo sesinados por EEUU e Israel, el asesinato del presidente Sadam Hussein, es una ilegalidad, la invasión a Iraq es una ilegalidad. EEUU e Israel prece que solo Dios y la Historia los jusgara.
A mi, simplemente, me ha helado la sangre esta ejecución: de noche, en un almacen ignoto y estrecho, a escondidas y de golpe. ¿No había apelación contra la sentencia dictada?¿Estamos ante un sistema que admite la pena de muerte pero que no admite las garantías de la revisión de la pena? Una ejecución en la trastienda, como esta, es doblemente inmoral. Por que la pena de muerte lo es y porque ejecutada así no deja de ser una venganza privada.
[…] Han pasado cuatro años desde que se tomó esta foto. Era premonitoria de todo lo que iba a pasar. […]
[…] del dictador, cuyo rostro fue cubierto por banderas de EE UU y su cuello por sogas que preconizaban el final que le esperaba. “Un tirano menos“, decía aquel dirigente con bigote, cuyo ego es inversamente […]